El arte que se hace desde el paisaje, es ese que se enfrenta con una realidad concreta y se traduce en una nueva realidad que es el cuadro. Este grupo de pintores, elige el paisaje del Río de la Plata como realidad que les conmueve y les atrae.

Y cuando se elige una realidad y esa realidad es un paisaje, y si además ese paisaje es el río que circunscribe a una zona tan característica como es la zona norte, La Lucila, Olivos y Martínez de Buenos Aires, estamos frente a un río con una historia impresa, pero si además ese río es identidad también es pertenencia, y ante esa circunstancia socio cultural, el ojo del artista emerge y toma postura.

Es un paisaje que ha sido negado, o avasallado por unos pocos que lo vallaron  para que ese patrimonio público de disfrute sea privado.

Un paisaje con historia y con memoria de épocas gloriosas en las que el rio se vivía como balneario y su agua bañaba los cuerpos de los bonaerenses con su agua, en esos tiempos -tersa y limpia- un litoral, con sus plantas y sus animales autóctonos.

En esas orillas del Río de la Plata, la naturaleza  persiste y resiste conviviendo con los restos de ladrillo, cemento y hierros doblegados por las crecientes, producto y huella de las vallas del negocio inmobiliario, avances de unos cuantos poderosos que se sienten dueños de los bienes de la comunidad. En los últimos años grupos de vecinos preocupados por el entorno natural de la zona, se han organizado para recuperar ese paisaje.

El grupo Paisaje Artes resignifica con su mirada sensible, este lugar tan preciado. Son artistas que  conozco muy bien, porque hemos compartido las enseñanzas y saberes de nuestro maestro en común Juan López Taetzel, pintor artista plástico bonaerense del barrio de Florida, en Vicente López.

El grupo, integrado por Diego Margarit, Antonio Espínola, Sara Benveniste, Diego Carbajo, Juan Menichetti y Susana Olivares, se reúnen cada domingo continuando con los preceptos del maestro, se instalan en  la orilla del río y se posicionan frente a ese mundo, impregnándose de él, dejándose penetrar por su impronta. Consiguen entablar un diálogo, una meditación en la que los envuelve el entorno, con sus silencios y sonidos naturales, y de todo ese rito ellos desembocan en una expresión artística que les da cohesión y coherencia.

Siguen la línea de los pintores de La Boca que en el siglo pasado se asentaron en ese barrio de inmigrantes y obreros del puerto, como Diomede, Lacámera y Spoletini, pintaron ese paisaje animado por el trabajo obrero, de carga y descargas de barcos, de fuegos de chimeneas humeantes  por la fragua con que se forjaba el hierro en los astilleros, y entonces las casas, las calles, todo, cobró interés para los pintores y así registraron una época. Con el tiempo se fue perdiendo esa actividad económica, hasta que la importación ahogó a la industria nacional.

Hoy La Boca es una postal nostálgica de aquella época que supo retratar también Quinquela Martín

Al grupo Paisaje Artes -me animo a decir- que los convoca la ausencia, esa situación que interpela a quien observa sensiblemente el Rio de la Plata, la costa negada y un acceso para entendidos o intrépidos, para poder pisar por fin, la orilla. La opción que queda es el cemento de las nuevas costaneras, que siguen haciendo  distancia entre los cuerpos y el agua. Imagino entonces que cada domingo que van a la costa, ellos se sienten interpelados por la situación y ante el interrogante, la respuesta que dan es La Pintura.

El rio los une y generan, podría decirse, un nuevo paisaje cultural, con su pintura, sus tintas y óleos.

Y así lo resignifican y lo rescatan.

La tarea consiste en aproximarse a la realidad, el mundo, comprendiendo la forma desde su estructura interna. Así como cuando se trabaja  con modelo vivo plantarse frente al paisaje es también enfrentarse y medirse frente a la naturaleza, que es vida pura y está en permanente movimiento y cambio. Comprender ese orden natural sin pretender nada más y nada menos que estructurar el plano, armar una composición, supone un esfuerzo y un apasionamiento. Un mundo interno aparece y habrá que alimentarlo con más trabajo para que se pueda desarrollar. Tanto como para saber quiénes somos y descubrirnos en el juego plástico, para saber como ser artistas. Uno pinta aquello que no sabe de uno mismo, decía Juan López Taetzel.

El paisaje se da a la vista y eso que vemos está bien, pero cuando éste pasa a la composición plástica, otras leyes, las del cuadro, entran a tallar, y son éstas las que deberemos identificar. Adecuar las formas para una composición armónica, dará lugar a una nueva configuración, la cual además está cargada de la subjetividad singular del artista.

Cuando se trabaja desde adentro hay que tener paciencia y bancarse el proceso. Significa que para lograr una pintura suelta, expresiva, contundente, que sea interesante y capte la sensibilidad de un otro que mira, se necesita entrega, compromiso con uno mismo, darse el tiempo que necesita nuestra creación para salir. Conquistar una libertad expresiva, también requiere disciplina, trabajo plástico constante y continuo. Esto es lo que han conseguido con años de trabajo este grupo, que elige el silencio, la creación como modo de vida.

El pintor refleja a pesar suyo la realidad de su época y todo lo que vive constituye su pintura. Refleja lo que le pasa a él, que es lo mismo que le pasa a otra gente.

Por eso, y por esta forma genuina de trabajar, ellos no siguen ni modas ni mandatos.

Claudio Santamaría de Argentinísima Satelital, hizo un reportaje a Diego Margarit, quien en nombre del grupo contó que se dedican a paisajes rioplatenses en pequeño formato, pintados  directo del natural, a raíz de la muestra que durante abril presentaron en la librería Menéndez de calle Paraguay 431.

Paisaje Artes invitó a esta muestra a  Juan Pablo Fernández Bravo y al maestro Juan López Taetzel. Se plantearon como objetivo vincularse con los espectadores para poder dialogar con los ellos  sobre ese paisaje de rio que no siempre está bien representado en el arte actual. 

Como una posibilidad que convoque al silencio y al tiempo que necesita cada obra para ser vivenciada, sentida. “Nos interesa poder expresar lo que nos pasa a nosotros con ese paisaje, en ese lugar, como país o como región y poder expresarlo con la materia”

Nucleados desde hace muchos años de cuando se formaron con el maestro Juan López Taetzel en su taller “Muy importantes fueron sus clases en lo formativo y desde el punto de vista humano. Nos ha enseñado a amar la pintura, a creer en ella y a sentirla.”  

Empezaron a visitar la ribera en la zona norte de Vicente López y en la costanera sur, algunos.

“Nos encontramos con esa apertura de río después de haber atravesado muchos obstáculos,  el lugar es de  difícil acceso, trabado por una cuestión socio cultural que lo ha marcado.”

“…el desarrollo de un arte, una expresión, tiene que ver con  un crecimiento profundo de cada uno, lo que nos sucede a cada uno es el encuentro en tiempo y lugar, en cuanto al silencio que provoca el horizonte, los humedales, encontrarse frente a esa monumentalidad de agua que puede generar en algunos momentos  mucha alegría o mucha angustia. En esas pausas se encuentra uno con ese lugar y lo que surja en la pintura, va a depender de las vivencias de cada uno. Cada una tiene una percepción diferente del mismo paisaje, por lo tanto una expresión singular, por eso mismo cada uno se nutre con el otro”

“Frente a los momentos históricos que estamos viviendo aparece una expresión particular. Frente a la deshumanización de esta época, nuestra propuesta es la vivencia hacia lo orgánico y poder vibrar con ello.”

Un estilo de vida, una forma de sentir que da esperanza y convoca a imitar.

Podés ver más en el Instagram: @paisaje.artes

Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 397 (Mayo 2024) ©

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