Osvaldo Vey es un artista de la fotografía. Desde 2005 vive en Floresta, barrio al que volvió después de pasar por otros tantos barrios porteños y encontrar a sus amigos. Un barrio donde la gente te mira para que la saludes. Y esto del mirar lo lleva a VER, que según él es mucho más. Y  esto es clave para su trabajo de fotógrafo que observa embelesado tanto un atardecer en la boca, como el rostro de una persona al pasar.

Hay una luz que lo enamora, un cielo amplio del barrio que a pesar del avance edilicio, se hace lugar entre las casas que aún conservan la identidad tan típica. Los vecinos te saludan de lejos, como en una especie de vida de campo, dentro de lo urbano, que le rememora las épocas juveniles en campamentos, o con su padre y su tío en Punta Lara, de cuando se pescaba a lomo de caballo.

Todo esto que narra con palabras cálidas y brillo en los ojos, me va generando la escena, la imagen fuertemente registrada en la retina de lo que se ha vivido con amor.

Vamos entrando en el mundo interno, sensible de este artista, tan humano y sencillo pero de una profundidad que revela su gran corazón y su mirada poética de las cosas.

Para esta nota busca y rebusca en cientos de archivos guardados, la foto que parece ser parte de su origen y su norte: la de la fábrica de Belaustegui y Argerich, donde trabajó su padre allá por el año 58. Allí se horneaban gabinetes de heladeras y lavarropas, un trabajo durísimo, que le produce un cambio de semblante al recordar que el riesgo del trabajo le arrebató muy pronto a ese fuerte y sabio padre. Lo que me dio mi padre lo valoro mucho y no se lo pude decir.

Voy enhebrando las imágenes que me genera su relato y me doy cuenta cuanto han influido estas vivencias su vocación por la fotografía y en su mirada piadosa del mundo.

Un hecho decisivo marca esa elección, el primer viaje en tren a Mar del Plata con su familia. El mar, su inmensidad y su fuerza van nutriendo la mirada pero lo que más le llama la atención son los fotógrafos de playa, que entraban al mar con el agua hasta el pecho y con la cámara Leyca en alto sacaban las fotos a los bañistas, era el boom de la rambla, algo tan nuestro. Y así en 1961, con once años, empezó a ver el mundo de la fotografía y todo lo que tenía de aventura, de investigación y de sorpresa.

Al poco tiempo un amigo de una prima -de Paso del Rey- que tenía una casa de fotografía, le  mostró como se genera una imagen, todo el tema del revelado, y así creció su deseo por abrazar la profesión.

Al terminar la secundaria, realiza cursos de fotografía en el Foto club Buenos Aires, pero eran muy básicos y no quedaba conforme, hasta que por fin le recomiendan la escuela de Avellaneda en la Casa de la cultura. Realiza entonces la carrera y se recibe en los primeros años de los setenta.

En 1976 gana una beca para formarse en audiovisual y eso lo remonta más lejos. Lo que más lo marcó de la carrera fue la foto en blanco y negro, influido por  grandes como Cartier Bresson, el chileno Sergio Larraín, el húngaro André Kertész  y el checo Joseph Koudelka, cuyas obras son verdaderas fuentes de aprendizaje, cada uno desde su estilo.

En Avellaneda tuvo la oportunidad de conocer al maestro Pedro Tero, un grande de la fotografía argentina y su influencia fue fundamental para Osvaldo. Y también a otro grande, Le Garret, que visitó la escuela durante el taller de retrato y desnudo, que le transmitió su experiencia para generar el clima de confianza y de soltura imprescindibles para la ejecución de un retrato.

En esa misma difícil época de los setenta, toma contacto con las muestras que hacían los reporteros gráficos de la época en Avenida de Mayo. El lenguaje fotográfico al servicio de la documentación de la realidad. El vio allí la vida, la calle.

En esa época de becario, ya trabajaba mientras estudiaba, pero gracias a uno de sus  profesores que valoró el estilo que empezaba a verse en sus fotos, lo contratan para una empresa de publicidad con lo que aprendió a manejar equipos, cámaras y luces, que le representaron un gran aprendizaje.

Esto le permitió fotografiar a personajes emblemáticos como Borges y Sábato.

Fue una gran experiencia en todo sentido especialmente cuando le tomó las fotos a Borges, que sorprendentemente descubrió en él a un hombre de gran humor, con quien se rió mucho. A Borges se lo solía ver tomando un café en Galería del Este, en calle Florida, que en esos años ochenta era una zona de cultura desbordante, una posibilidad de encuentro con el arte y la literatura.

Sábato, un hombre tan serio como grandioso, así lo vio Osvaldo y le hizo un retrato en su hermosa casa de Santos Lugares, con mucha luz con su biblioteca de fondo. En una oportunidad, viajando en el tren San Martín a Retiro, lo vio a Sábato rodeado de jóvenes que lo escuchaban con admiración.

Aunque la ciudad  ha cambiado mucho, un porteño como Osvaldo, siempre encuentra lugares y propuestas que lo enriquecen caminando la ciudad, observando los rostros y las actitudes, el vivir cotidiano. Se me ocurre que gracias a ese ejercicio, la ciudad mantiene un poco de esa mística, con tanta producción cultural, como un rasgo que buenos aires genera y no pierde.

En el centro cultural Borges visitó hace poco la muestra de Adriana Lestido, otra gran fotógrafa argentina.

Hasta acá vamos viendo como se fue formando Osvaldo.

Sus maestros y compañeros de trabajo le ayudaron a encontrar los misterios del arte, que fue desentrañando, como cuando por primera vez tuvo que retratar al presidente de una empresa y aún novato, no se animaba, un compañero le toca la espalda con un toque firme como empujándolo al ruedo. Un gesto corporal inolvidable, un “vamos!” que le dio confianza: las fotos son de cerca!

Un camino artístico  se va dibujando, la fotogalería del Centro Cultural San Martín lo sorprende con la fotografía de Torres, con una muestra sobre Catamarca, su gente, sus costumbres, un documento de época fuera de lo común, sensible y profundo. Ese camino es el que elige Osvaldo Vey para dar canal a su expresión, a su interés por registrar las realidades sociales, las vivencias signadas por el vínculo.

Por esto es que a Osvaldo se lo conoce por sus conmovedoras fotografías de las marchas de las Madres de Plaza de Mayo, por las que apelan al reclamo por justicia, a las luchas de los trabajadores, las ferias en las calles en San Telmo o las fiestas populares en homenaje a la Pacha Mama, entre tantas otras que lo cautivan.

Siempre presente para registrar las escenas de teatro callejero en Parque Avellaneda y en la típica fogata anual que organiza el grupo La Runfla.

Valiosa su mirada fotográfica también  para los grupos de teatro comunitario como Los Viyurqueros, de Villa Urquiza y el que tuvimos en el Corralón, el Épico de Floresta, donde el gesto teatral encuentra lugar protagónico en sus planos.

Y por este amor por la organización comunitaria, es que Osvaldo se siente cómodo con las muestras colectivas, con otros artistas que, como él, gustan de armar exposiciones callejeras y se las ingenian para colgar imágenes de gran calidad en improvisados atriles o colgadas entre los árboles de una plaza. Este esfuerzo por hacer accesible el arte a la comunidad, se lo debemos a estos artistas.

Osvaldo se enamora primero de la luz del día, al momento de la toma fotográfica, observa cómo la luz modela a la forma y allí empieza el cortejo con la cámara. Y son uno: él, la luz y el objeto, en un todo armónico donde se produce el hecho creativo.

Por eso cuando le pregunto qué le recomienda a los jóvenes que se quieren formar en este arte, él dice: Ver mucho arte, pintura ,escultura, el dialogo que se produce entre ellas, escuchar mucha  música, dejarse llevar por el rimo de la poesía y leer libros de autor. La lectura tiene el poder de despertar la imaginación, de incorporar imágenes mentales que van generando una carga emocional propicia para que cuando se da el  momento fugaz del acto fotográfico, pueda salir la expresión con una libertad genuina que se fue  ganando.

A veces se cree que basta con tener una gran cámara, la más cara del mercado… y sin embargo, esto no es lo fundamental, sino saber ver, poder penetrar con la vista y la emoción , lo más profundo de cualquier cosa que se mire. Sentir al objeto mirado  desde su potencial comunicante, como un secreto a develar.

El fotógrafo tiene que andar solo, dejarse llevar por la mirada, concentrarse, en una suerte de meditación que luego se cristaliza en la foto.

Porque la fotografía es nada más y nada menos que dibujar con luz.

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Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 391 (Noviembre 2023)

Notas Anteriores:

Octubre 2023: https://florestaysumundo.com.ar/julian-cheula-la-narrativa-en-blanco-y-negro

Septiembre 2023: https://florestaysumundo.com.ar/del-barrio-al-simbolo-pablo-gazal/

Agosto 2023: https://florestaysumundo.com.ar/el-grabador-del-gesto-cotidiano-osvaldo-turco-jalil/