Carlos Kahayán: El pintor de lo ancestral

por | Abr 6, 2024

Esta nota es sobre un gran hombre, uno de los grandes pintores que tiene Buenos Aires. Desde su casa taller -una antigua casa de Aranguren y Mercedes, en Floresta- un arte prolífico sale de su ser. Con casi 90 años pinta con la fuerza y la vitalidad de un niño y con la experiencia del gran hombre que ya, es un eslabón fundamental en la historia de nuestro país.

Esta nota es sobre un gran hombre, uno de los grandes pintores que tiene Buenos Aires. Desde su casa taller -una antigua casa de Aranguren y Mercedes, en Floresta- un arte prolífico sale de su ser. Con casi 90 años pinta con la fuerza y la vitalidad de un niño y con la experiencia del gran hombre que ya, es un eslabón fundamental en la historia de nuestro país.

Su formación es clave. Autodidacta e intuitivo, desde muy joven siente el llamado de la vocación artística.

Hijo de armenios que tuvieron que dejar su tierra natal para huir del genocidio y salvar su vida tomando un barco hacia a América. No sabían dónde llegarían, pero el destino los trajo a Argentina y acá echaron raíces. La mamá quiso nombrarlo Carlos al primer hijo varón que naciera en el país en honor a Gardel, que ya era mundialmente conocido. Como una promesa y en agradecimiento al país que les dio cobijo, lo bautizó Carlos Sarkís Kahayán. Sarkís significa «Sergio» en armenio. Y puedo afirmar que Carlos realmente es un Gardel en la pintura y ha sido signado por el origen.

Jaula de los Sueños

La vida le tenía preparados unos cuantos designios. Como es el caso de la profesora de plástica de la secundaria, Celia Boto Peyru, una francesa pitucona y lúcida, que organizó una salida a La Boca para que sus estudiantes conocieran el barrio con ese mundo artístico tan típico, en los años 50. Con ella aprende los primeros pasos para armar la composición en el cuadro, observando directamente el pintoresco paisaje de barcos, galpones y casas de chapa.

Más tarde, y a medida que va creciendo, Carlos trabaja de día y pinta de noche.

Luego de haber terminado el servicio militar, allá por el 56, comienza a asistir a MEEBA, famosa institución de arte donde conoce a uno de sus maestros: René Morón.

En esa época, que aún vivía con sus padres, pintaba y dormía en el cuartito de arriba, ese típico de las casa antiguas. Carlos la recuerda como “la época linda”, de mucha bohemia, de cuando pintaban juntos en una casa prestada y cenaban en El cuartito, una porción de pizza, un farolito de vino y una porción de ricota. Cuando organizaban exposiciones, no dormían en toda la noche para tener todo listo.

Hasta que lo invitan a pintar los domingos en La Boca y conoce allí a Américo Spoletini, el viejo maestro, hosco personaje, al cual todos respetaban y temían. Usaba un caballete hecho de palo de escoba y los pinceles, él mismo los fabricaba con cerdas de escobillones.

Carlos se pone a pintar y le muestra su trabajo a Don Américo, quien sorprendido no le dice nada pero lo acepta porque le vio capacidad. Así, con la venia del maestro, pasó Carlos 8 años pintando La Boca. Con él aprendió todo, la técnica era una gran parte, pero Don Américo les enseñó también lo humano. Decía: “Respiren un poco el aire y después empiecen a pintar”.

Eliminación de las violencias contra las mujeres

Más adelante, hacia 1973, toma contacto con Blas Castagna, Armando Domini, Cristino Alonso y Ladislao Magyar, que eran profesores de “La Cárcova”, artistas ya consagrados. Ellos lo alientan e invitan a exponer con ellos en el Centro Cultural San Martín.

Carlos va adquiriendo experiencia y su templanza lo va llevando a encontrar su propio estilo. El dibujo y la pintura del paisaje, lo fueron llevando también a la figura humana. Carlos empieza a empatizar con el relato social que impregna al barrio de La Boca. Sus temas se tornan tan vitales en color como cargados de un dramatismo especial, nutridos además, por las profundas lecturas de poesía y teatro que incorpora cada vez con más pasión.

Familias, mujeres, casas pobres, personajes con un laúd o una trompeta, algunos con uniformes, otros con indumentarias teatrales, conforman planos como escenografías, escenas de vida narradas en clave de pintura.

Es parte de ese estilo tan Kahayan, que en escenas del norte argentino, veamos un parentesco con imágenes de Armenia, con poblados abigarrados, casas pobres, callecitas angostas y las gentes con ropas típicas realizando sus rituales populares que nos hablan de esas culturas tan antiguas como vigentes, de fuerte arraigo identitario.

Cómo no reflejar ese norte que amó, desde que fuera becado para estudiar con Medardo Pantoja, otro referente del arte que lo dejó marcado sensiblemente. Cuenta Carlos que el maestro sacaba los pigmentos directamente del cerro de los siete colores, los molía en un mortero y junto con aceite de linaza los mezclaba para formar sus propios óleos. Las telas eran arpilleras preparadas con una base de cola de conejo. Una sabiduría arraigada  en el sentimiento por la materia va forjando su  modo de ser pintor, una ética del artista que conserva desde aquella experiencia fundante.

La Tempestad

Su pintura es una suerte de meditación constante. Carlos vibra con su pintura, y ella es como un aire que espera ser respirado, aguardando el momento en que nuestro pintor suelte una mancha para  empezar a aparecer.

Así es que su ancestralidad aflora por sus poros, dando paso a la intuición incluso de aquello que no ha visto o vivido,pero que siente como propio.

Hace ya varios años Carlos trabaja sobre láminas satinadas, un material encerado que le permite jugar con uno de sus materiales favoritos, el betún de judea, como si fuera una tinta, que por su consistencia y densidad puede permanecer húmeda para ser distribuida según el gesto. O si se seca, puede ser diluida con aguarrás, al modo de una acuarela, para producir distintos tonos.

Actualmente se prepara para su nueva exposición, que será desde el 22 de abril al 1° de mayo en “Espacio Simple”, en la que fuera la casa taller de su gran amigo el escultor Antonio Pujía.

Sus pinturas se mueven en el sin tiempo del arte, a veces son premonitorias, con temáticas que anticipan sucesos, como fue el de la pandemia, o el de la guerra en Kiev o el genocidio palestino.

La pintura, como un ritual sagrado, lo conecta con el ser universal y lo torna vocero de otro rito: el que propicia la paz y la justicia para la toda la Humanidad.

Próxima exposición: Inaugura el 22 de abril de 2024 a las 19 hs. en Espacio Simple “El Atelier”. Chivilcoy 452. Floresta. Cierra con un brindis el 1° de mayo.

Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 396 (Abril 2024) ©

Notas Anteriores:

Marzo 2024: https://florestaysumundo.com.ar/luis-timisky-el-fotografo-de-lo-increible

Febrero 2024: https://florestaysumundo.com.ar/diego-crespillo-artesano-desde-siempre

Noviembre 2023: https://florestaysumundo.com.ar/osvaldo-vey-la-fotografia-urbana/

Octubre 2023: https://florestaysumundo.com.ar/julian-cheula-la-narrativa-en-blanco-y-negro

Septiembre 2023: https://florestaysumundo.com.ar/del-barrio-al-simbolo-pablo-gazal/

Agosto 2023: https://florestaysumundo.com.ar/el-grabador-del-gesto-cotidiano-osvaldo-turco-jalil/