Sus ojos oscuros brillan al calor del entusiasmo cuando hablamos de arte y de las infinitas formas que puede tomar la vida de un creador. Una mirada deseante prefigura la esencia de lo no dicho. Es que aunque María Elena cuente lo mucho que tiene para decir gracias a su nutrida experiencia de vida, el silencio que pulsa en su obra nos revela un mundo propio que atrae o inquieta.

Oriunda de Quilmes, cursó allí en la Escuela Carlos Morel, la Tecnicatura en Cerámica. Era en 1978 y ella con treinta y pico, separada y luego de criar a sus hijas, se dedicó a hacer lo que tanto le gustaba. El contacto con el medio artístico le abrió caminos de expresión y se define más por el dibujo, su aliado de siempre. Según cuenta, desde chica dibujaba cuando vivía con su familia en Batán, en la Provincia de Buenos Aires. En «El Reparo», a seis leguas de la ruta, la estancia que su abuelo había comprado gracias a su trabajo de ingeniero en el ferrocarril y por casarse con una mujer adinerada, la María Elena niña, dibujaba gauchos y paisanos que copiaba de la Revista Angus, siendo sus favoritas las ilustraciones del Martín Fierro. Su vida transcurre conviviendo con dueños de campo y peones, cuyos hijos compartían la vida y la misma escuela rural.

En Quilmes tenía la casa natal para ella sola y en poco tiempo la transformó en taller. Se fue a estudiar dibujo y pintura con la artista Mara Sánchez, que fue su maestra por algunos años.

Luego encuentra a un maestro con el que dibuja con modelo vivo. Cuando me da el nombre del maestro Juan López Taetzel, una alegría y una certeza me embargan: de cómo los caminos nos hermanan, ya que Juan también fue mi maestro.

Corrían ya los ochenta cuando junto este maestro armaron un taller de dibujo y pintura en el subsuelo del local de la SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos) También fue parte de la propuesta de pintar al aire libre, un ejercicio para interpretar la realidad desde el paisaje, que da buenos resultados en la construcción de una imagen propia. Más adelante pasa a Estímulo de Bellas Artes con el maestro Carlos Terribili para seguir incorporando experiencias, principalmente con el croquis, produciendo sus típicos dibujos con barra china.

Como tenía todas sus actividades en capital y con el deseo de no estar sola, compró un departamento con su hermana en Balvanera y desde allí sigue realizando sus obras.

Su interés y su alianza con el modelado en arcilla no han cambiado, esto se ve reflejado en sus dibujos, que hablan de ese espíritu matérico y de esa búsqueda por expresar el misterio desde las formas y el volumen. Necesitaría otra vida para desarrollar toda la creatividad que desborda de sus manos y de su ser, cántaro generoso, derramando juego y libertad creativa.

 

Está trabajando mucho en estos tiempos porque dice que siente que le queda poco tiempo. Sus 81 años parecen ser sólo un número si observamos su actitud activa, humilde y constante, un ejemplo de vida plena. A María Elena le gusta “trabajar desde adentro”, tirar manchas con distintos recursos y materiales, y esperar a ver que le dice la mancha, qué imagen le sugiere. Así trabaja el frotagge, una técnica por la cual toma las texturas de plantas o de objetos, los coloca debajo del papel y los frota trasladando el suave relieve en el papel. De ahí crea mundos que elabora hasta hacer desaparecer la impronta de origen.

Como le gusta mucho aprender nuevas técnicas para ampliar su expresión, hace unos pocos años realizó el Seminario de Encáustica, una técnica que dominaba Antonio Pujía y que éste les lego a Analía Romero y Nicolás Ramón Boschi, una pareja de muralistas. Con ellos realizó éste y otros cursos de muralismo y el de diseño, que derivó en la creación de obras muy originales. A ella le sirvió la guía de estos maestros para aceptar los personajes que salieron en ese momento y que para ella eran “feos”, pero que, bajo la mirada valorativa de la pareja, pudo re verlos como expresivos y potentes. De esas experiencias salen los “Cristos” personajes objetos, que son un hallazgo plástico salido de un juego primordial que la enaltece.

Entre las cosas de su abuela había encontrado un trapo muy antiguo, que por alguna causa se quemó y quedó chamuscado. Ese aparente despojo le sugirió una figura de un cristo con los brazos abiertos. María Elena, lejos de ser creyente, cree encontrar en este objeto ciertas claves de su infancia que la marcaron. Se siente identificada con el doble juego de su personalidad, entre dicharachera y dramática y enseguida lo asocia con la época en que asistía al catecismo: sólo le atraía la afectividad y simpatía de la catequista frente a un cura gordo y de sotana grasienta de cuyo bolsillo sacaba siempre una estampita. María va viendo los opuestos y las contradicciones de la vida.

Por eso sus Cristos son para ella, una expresión que relaciona con la tortura y la injusticia, la de los 30.000 o quizás  la del estaqueo a Martín Fierro que tanto dibujara en la época de su infancia en el campo.

Su vida laboral transcurre como empleada en distintas empresas y hasta desarrolló, en los noventa, una cooperativa de artesanos, un emprendimiento familiar en el que ella fabricaba bellos y exclusivos papeles artesanales y objetos en papel maché, siempre ligada a los materiales que son el soporte de su expresión.

María Elena Gutiérrez se siente parte de la Tierra y esto se ve en cada gesto y en la elección de los materiales  nobles que ella transforma y reinventa para deleite de los demás. Para sus papeles artesanales juntaba fibras vegetales, flores de palo borracho, cáscaras de cebolla, de ajo, de naranja, con los que realizó tarjetas y libros de artista.

Actualmente da clases de dibujo para adultos en el Taller de Arte de Mariela Kahayan, quien supo interpretar esta capacidad de María Elena y la invitó a ser parte del plantel docente.

María Elena nunca había enseñado, pero esta oportunidad la vive con placer, descubriendo todo lo que tiene para dar y porque sabe despertar las condiciones artísticas de sus alumnos.

Ha participado en muestras colectivas, se siente más cómoda con proyectos grupales y descree de los salones y las competencias. Piensa que la manera de vivir del artista “a lo que puede” es para ella una manera genuina, consecuencia de lo que pasa en nuestro país, donde, a pesar de la falta de apoyo, los artistas sacan las cosas desde adentro aun pasando miseria, porque tienen un compromiso con el arte.

Las respuestas las encuentra siempre en la naturaleza, cuando visita a una de sus hijas en Mendoza, se fascina con el paisaje de montaña, en ella encuentra el drama universal, el interrogante metafísico de todo artista profundo, que se moviliza con la inmensidad y la  energía de la piedra. Y reconoce en esas paredes montañosas, centenares de líneas dibujadas por el tiempo.

Y frente a tamaña maravilla, la respuesta es el silencio, cuyo peso trasunta su obra y conmueve al espectador. 

 

Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 400 (Agosto 2024) ©

Notas Anteriores:

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