María Cánepa es una artista vecina de Floresta. Aunque no siempre vivió en el barrio, lo habían elegido con su marido, ambos artistas, para disfrutar de las características que nos hacen amarlo, por sus veredas amplias, sus árboles, su cotidianidad amable. Ellos además, por la luz que baña al cálido y acogedor ph de pasaje Pehuajó.
Cuadros al óleo, esculturas y relieves pueblan la casa, que se percibe como un oasis dentro de la gran ciudad, la creación abunda y armoniza. Me va mostrando la casa a medida que nos internamos en la extensa charla, la escucho con atención, me conmueve cada instante enhebrado con la misma delicadeza y dedicación que le pone a sus obras: esculturas en madera y textil. Su viudez temprana marca un antes y un después en su vida. Sola y a la vez acompañada por su arte que es su gran tesoro, María crea piezas de una estatura mayúscula y una austera elegancia. En ellas: la pérdida, el dolor, la memoria, antiguos secretos, mensajes a decodificar, mundos internos de mujer. Hay algo muy valioso, hoy devaluado, que María Cánepa posee: es tiempo. Un tiempo lleno de amor, un amor que transmuta en materia.
Una obra sin rótulos, sensible, una abstracción poética encuentra en la escultura y el textil una expresión para un decir, de cosas íntimas, mínimas pero enormes en su importancia.
Objetos de su madre, de su abuela, retazos de algún mueble, con esos objetos, construye otros nuevos, esculturas cargadas de sentido y contenido poético. Re significando lo antiguo en obra amorosa.
El lenguaje textil la impulsa, pero convengamos que primero ha cultivado el arte de la escultura en todas sus variables y desde ahí llega con facilidad a ese dúctil, artesanal, dedicado y femenino, arte textil, con sus cordones, lanas, bordados, y desde hace unos pocos años también con el fieltro para dar cuerpo y volumen a formas inusitadas, por lo originales; cálidas, por lo profundo del sentimiento que pulsa en ellas. Formas de vientres – úteros,nidos- cobijo de creación que no cesa. Y a veces desborda como cascadas – paños, borbotones de formas – semillas, cantos de suavidad -arrullo del silencio, pequeños grandes milagros en la oscuridad actual.
Reminiscencias de maternidades vividas, maternidad que guarda y al vez emancipa, abriendo el nido a otras posibilidades de la misma existencia.
Muestra la interioridad de una mujer íntegra, sólida, con las huellas de la vida intensamente vivida.
Ella dice que le gusta trabajar con partes, que luego ensambla. El ensamble en madera, metal y telas, es su mejor respuesta, su clave, su identidad.
Hay cuerpos raíces, naturaleza que no se agota, resiste.
Virginidades nuevas, ofrecidas, oferentes, clamor de sangre por Jujuy en lucha, ritos conjuros son sus obras, no dispuestas a sacrificios vanos, dolientes mensajes asimismo liberadores, un canto de ardientes glorias.
Intuición del mundo precolombino, una obra que hace presente y vigente el pasado que late en cada uno de los latinoamericanos, aún sin saberlo conscientemente.
Entonces una particular chacana de madera se despliega de sus manos hacedoras, en otras posibilidades, mostrando aún con más fuerza (la de la escultura) todo el poder del símbolo.
Su forma es la de una cruz cuadrada y escalonada, con doce puntas. Desde la astronomía andina, el símbolo en sí, representa a la cruz del sur en mayo y es una referencia al Sol y la Cruz del Sur, también un significado más elevado, en el sentido de señalar la unión entre lo bajo y lo alto, la tierra y el sol, el ser humano y lo superior. Chakana pues, se comprende ya no sólo como un concepto arquitectónico o geométrico, sino que toma el significado de «escalera hacia lo más elevado».
María, busca expandir aquella cosmovisión andina y desentrañar para nosotros, espectadores ávidos, nuevos misterios y significaciones.
Se nota que la simbología pre hispánica, ha calado profundo en su subjetividad , seguramente por su investigación para la transmisión de esos saberes en los tantos años de docencia de arte, de cuando daba Historia del Arte en la escuela Yrurtia.
María Cánepa hizo el mismo camino de formación artística que muchos artistas de Buenos Aires. En los setenta, hizo todas las carreras en la Belgrano, la Pueyrredón y finalmente en La Cárcova, sus estudios superiores, sólo interrumpidos para tener a su hijo.
Llega a La Cárcova con un gran bagage de conocimientos, con horas de taller con modelo vivo, con el aprendizaje de casi todos los lenguajes, es decir con una formación muy rigurosa pero aún así no encontraba su estilo. Hasta que lo encontró a Distéfano y a otros grandes maestros como Pujía, Dagá y Heras Velasco. Cada uno le aportó una mirada y un punto de vista muy valioso.
Así fue que se fue enamorando de la talla en madera, y también en forma autodidacta, la desarrolló con un modo personal, con formas ensambladas. Trabajando de las partes al todo, como se hace en el modelado, ese ejercicio finalmente redundó en beneficio en su sensible abstracción, donde se perciben las huellas de lo humano, de la emoción impregnada en la materia.
María elige participar en muestras nacionales e internacionales, espacio donde se enriquece en el intercambio con otros colegas. Expone en instituciones vinculadas al arte textil, donde es muy valorada.
Suele dar charlas en universidades y escuelas de arte. No está en la carrera por los premios y evita el estrés de las exigencias del mercado.
En la intimidad de un hogar soleado de Floresta, su obra crece, feliz, incólume, como un árbol frondoso, bajo su sombra una identidad argentina se resguarda para bien de todos.
Instagram: @marianievescanepa
Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 398 (Junio 2024) ©
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