En alguna de nuestra charlas, Diego me cuenta que adora la ciudad de Buenos Aires, que no sabría vivir en otro lugar. Su lugar en el mundo. Desde hace mas de 30 años Diego es parte de la identidad cultural de la ciudad.

Los noventa fueron un golpe tremendo para la joyería, porque entró la importación y su padre tuvo que cerrar, no podía competir con ese mercado. Es lo mismo que está pasando hoy.

Con 22 años allá por los 90 a Diego Crespillo le toca vivir esa etapa de neo liberalismo en la Argentina, y comienza con una bijouterie  elaborada y costosa, sosteniendo su deseo, resistiendo a la crisis.

En esos años Diego participaba en el grupo de teatro callejero “La Runfla” como iluminador, otra ocupación que lo liga directamente al hecho artístico en la creación de climas y espacios escénicos en el espacio público del parque Avellaneda.

Siendo parte de ese espacio cultural, fue invitado a formar parte de la feria artesanal del parque, la primera en la que participó. Allí fue que conocí a Diego, por su joyería artesanal, en plata y alpaca, piezas de una hermosura exuberante.

Buscando insertarse, empezó a trabajar en ferias: en 1998 fue a la feria de Córdoba y desde allí empezó a itinerar por otras ferias, hasta llegar a tener un lugar en San Telmo, en el pasaje San Lorenzo, un lugar privilegiado para la venta de artesanías. Allí tiene un rol de coordinador de los puestos de invitados, y en algún tiempo fiscalizó también.

Es que su experiencia y la calidad de su trabajo lo colocan en el lugar de autoridad indiscutida. Las ferias artesanales son la ventana que abrimos para conocer la cultura de un país, de una región. Buenos Aires siempre se caracterizó por su cosmopolitismo y la diversidad en los lenguajes artesanales. Podemos decir que la de San Telmo es una de las mejores vidrieras para este hecho y Diego es uno de esos exponentes  que nutren nuestra identidad, siempre fiel a sí mismo y entendiendo la artesanía como el resultado de una técnica ligada a un saber y una pasión, con la  infaltable poesía, que es el toque del alma de la persona que crea. Sin ella, queda la manualidad, que sólo es destreza pero que no comunica como lo hace una pieza artesanal, en la cual es difícil ver el límite muy delgado que la separa o la une al arte.

En la ciudad la artesanía y sus ferias tienen una ley propia, los mismos artesanos son los que fiscalizan, son el primer filtro para aceptar o nuevos artesanos. Son lugares de identidad y de pertenencia, un lugar de trabajo y lo cuidan con celo y amor.

La calle Defensa es un lugar de venta cada vez más grande. Se cuida la calidad artística pero también se establecieron lugares para dar oportunidad de ventas y para que más emprendedores puedan trabajar y vivir de eso. Por la creciente necesidad de trabajo, especialmente en la pandemia y luego de ella, se habilitaron más lugares y se delimitan zonas de acuerdo a la calidad de los productos.

Diego se dedica  a convocar a los artesanos en el pasaje San Lorenzo, arma la grilla con los lugares asignados, el día anterior, y así cuando llega el domingo a las 9 de la mañana, ya cada uno sabe lo que tiene que hacer y dónde, y él arma tranquilo su puesto.

Como orfebre ha cosechado muchas satisfacciones, premios y reconocimientos, en ferias y exposiciones donde fue invitado especialmente. Con el tiempo fue dejando este rubro porque no le daba casi rédito económico.

Entonces empezó a investigar otras formas y otros materiales, por esta capacidad de autodidacta, y más 20 años de joyería lo fueron llevando a indagar con otros materiales. Cuando se tiene un oficio cualquier otro se aprende con facilidad. Además los costos del metal se habían ido por las nubes. Entonces empezó a reciclar maderas, pero no le resultaban óptimas para el trabajo, así hasta que decidió que la madera de pino era la indicada. Así llego a construir las obras por las cuales es ya conocido: los móviles en metal y madera.

El origen e inspiración se deben a un hecho mágico, y como el arte atrae al arte, cuando aún se dedicaba a la bijouterie, le propusieron crear una joya basada en un poema de Atahualpa, como disparador creativo. La búsqueda lo llevó por un camino lúdico y pronto la forma poética que logró tenía forma de móvil, un lenguaje con el que se expresa y se identifica.

El metal, ese noble recurso que alcanzó a manejar con maestría, lo combina y ensambla con madera y  alambres. A veces lo subyugan las tonalidades de las vetas de algunas maderas pero también gusta de utilizar el color en sus maravillosas piezas, que adquieren una vitalidad especial, seres alados, entre mecánicos y humanos. Su estilo está definido por el movimiento, como si se fueran a activar pequeños y secretos engranajes engarzados desde lo más íntimo de esos seres.

Así, sus móviles, se caracterizan por la búsqueda del movimiento, proponiendo al espectador jugar  con sus elementos a la manera de balanzas que todo el tiempo buscan equilibrar el planteo plástico visual.

Todas las variables del arte  que atraviesan su vida, sin duda lo llevan a comportarse como escultor, porque investiga la tridimensión, elaborando cada plano como un dibujo cuya cara se transforma a medida que gira, y ya es otro plano con las mismas piezas las que arman el juego. Su experiencia como iluminador es otro factor que activa esa condición de la espacialidad, provocando en la visión la respuesta al movimiento, ese continuo que es la obra expresándose en el espacio.

Parece ser que pertenecer a una familia de orfebres (ya que tanto Diego como su hermana heredaron el oficio paterno) suele desembocar en el ejercicio de la escultura. Así  ocurrió con grandes artistas orfebres del Siglo XX, que devinieron escultores como es el caso del español Julio González, considerado el padre de la escultura abstracta moderna.

No es casual que Diego se sienta emparentado con artistas como Calder, Kandinski y Klee, por nombrar algunos, que han encontrado una síntesis poética en su estética.

Por su vocación de servicio y su necesidad de formar parte de la construcción colectiva, desde 2018 Diego es parte de la Asamblea de Floresta, organización barrial que sabe valorar la cultura como herramienta de comunicación y transformación social.

Para ella ha diseñado un móvil de pequeño formato, que a modo de estatuilla, se otorga a personalidades destacadas que han dado charlas sobre diversos temas de la realidad social actual. En la pieza están simbolizados los tres pibes de Floresta, los tres trabajadores detenidos desaparecidos del Corralón de Floresta y una pieza que los liga en la Memoria, sintetizando el rol de la Asamblea.

Un hallazgo estético y expresivo salido de las manos y el corazón de Diego Crespillo.

Instagram: diegosilvestrocrespillo

Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 394 (Febrero 2024)

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