Y el nieto vio al abuelo acariciar el ladrillo. Una imagen rara, medio insólita. Uno está acostumbrado a pasarle la mano a un gato, a un perro, mimar a un bebito, pero pasar la mano a una superficie rugosa, áspera no es común. Obviamente la pregunta de rigor se impuso: – ¿Abuelo porqué toca con tanta suavidad el ladrillo? – Sabe m´ hijo: porque, aunque a Ud. le parezca mentira, es un tesoro por lo que brinda, una ayuda, un compañero, solito o acompañado. Cuando chico vi, viví cómo construyeron nuestra vivienda; cargábamos, trasladábamos los ladrillos en familia desde la vereda al interior del terreno.  Los apilábamos y con el tiempo los albañiles los colocaban pegados uno tras otro con la mezcla de cal, cemento y arena siempre para unir, construir piezas, cocina, baño, lavadero. Era testigo de la construcción para engrandecer la familia, el lugar que nos cobijaba para crecer, estudiar, jugar, madurar. Esos ladrillos nos protegían, nos acompañaban, nos observaban, guardaban secretos, picardías, episodios alegres y amargos, satisfacciones y amarguras. Pensar que para algunos son simples materiales, para mí no amiguito, fueron y son mis compañeros silenciosos que no me gustaría perderlos ¿Por qué entonces no acariciarlos, acaso no lo merecen?

Un manto de silencio cobraba vitalidad en el nieto que no podía creer lo que estaba escuchando, hasta pensaba si el abuelo deliraba o comenzaba a contraer alguna enfermedad…Sin embargo se animó y le retrucó redoblando una apuesta: -Nono: ¿Tanto le significa un pedazo de tierra cocida? – Claro que sí criatura, los ladrillos tuvieron un desarrollo, una intervención fantástica en mi vida, mi mamá, tu bisabuela, nos traía a casa ladrillos de chocolate, ella trabajaba en una fábrica de bombones. ¿Tenés idea lo que significaba para nosotros en las fiestas, Semana Santa y otras conmemoraciones saborear el gusto de esos chocolates?¡Esos ladrillos eran alimento, comida, alegría, manchones dulces en nuestras vidas!

El nieto estaba atónito. Más todavía. El abuelo siguiendo con la retahíla de significados agregó que los ladrillos en invierno y calentados servían como termos para los pies a pesar de amanecer con algunos dedos violáceos… También sumó el recuerdo que tenía cuando los usaban como sostenes, alrededor de los fuegos, de ollas, sartenes, pavas. Y queriendo ya terminar con los comentarios del adulto mayor tuvo que oír que también sirvieron para defenderse, transformados en cascotes, de la muchachada violenta y agresiva.

Parecía terminar la cosa, pero no, el abuelo recordó que esos ladrillos como palabras eran pronunciadas cuando a alguno jugando al fútbol, básquet, ping pon no respondían a lo esperado y gritaban: – ¡Sos un ladrillo! Y nosotros, los de antes, reconocíamos que éramos duros para estos menesteres, pero desarrollamos otras habilidades, capacidades en otros ámbitos: artísticos, espirituales, afectivos, lectores. Lo digo con humildad no con vanidad. Parecíamos ladrillos humanizados… Y pensar querido nieto que todavía me tengo que aguantar que alguien me responda de mal talante: – Abuelo ¡Ud. es un ladrillo! Y yo contesto: -Sí, soy un ladrillo, ¿Quiere que le cuente qué significa para mi esa palabra?

¿Te das cuenta ahora porqué estoy acariciando el ladrillo?

Esta narración fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición N° 398 (Junio de 2024)

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