Y claro… la canchita, el potrero de los pocos que quedan en los barrios era el lugar ideal para el encuentro de esos adultos mayores, hombres y mujeres que trabajaron toda la vida, una dedicación casi impensada, solo sentida por ellos, para ellos, para los demás: crecer, estudiar, trabajar criar-educar hijos, continuar trabajando, jubilarse y algunos/as descansar, ayudar a otros, viajar, pasear con los nietos, otros enfrentar enfermedades, esperar la parca…
Mientras tanto no faltaban comentarios de cómo sobrevivir los días, cómo superar obstáculos, seguir con optimismo la vida a partir de las propias vivencias. Los ejemplos se multiplicaban, sí llamó la atención dos observaciones muy distintas, pero veraces, auténticas, reales: una la anécdota del abuelo que se quedó de una pieza cuando en un consultorio médico la secretaria del facultativo le llamó la atención cuando lo observó leyendo el diario: – ¡Lo felicito amigo, hace tiempo que no veía una escena así! El paciente no salía de su asombro como si lo que estaba haciendo fuera una hazaña.
A esto se le sumó otro relato de una abuela que dijo estar contenta porque no la operarían de pólipos en la nariz: la doctora le afirmó que el día anterior a esta consulta escuchó a un especialista en una jornada de otorrinolaringología: -Estimados colegas nunca operen dejándose llevar solo por las imágenes de radiografías, tomografías, etc. Oigan, vean bien a los pacientes qué les dicen por el tratamiento sugerido por uds. Si no hace falta no operen, los presuntos a intervenir estarán más que agradecidos. Así se sintió quien comentaba esto. Alguien diría: – ¡Se humanizó la medicina! Todo cerró porque la abuela había dicho que los remedios indicados habían dado resultado. La médica puso en práctica lo afirmado por el especialista. Esa paciente fue la primera en recibir semejante decisión.
Por supuesto en ese predio no faltaron comentarios sobre lo que ganan los jubilados, las penurias por los turnos médicos, el costo de vida, la inseguridad, qué hacen las autoridades. Aun así, retomaron la confianza, el optimismo cuando se escuchó decir a una pensionada que vio besar a su nieto a un celular y cuando le llamó la atención ese proceder la respuesta la embargó: – ¡Besé la foto del nono, tu esposo! La mujer cerró los ojos; los presentes quedaron expectantes. Algunas lágrimas de unos competían con las de otros…
¡Cuántas respuestas inesperadas todavía nos esperan!

DANIEL A. MOLINA es Docente, Narrador oral y multipremiado cuentista

Esta narración fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición N° 389 (Agosto de 2023)

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