Y ese último miércoles de agosto, en el Centro de Jubilados el tallerista dijo como información, que pasado el mediodía organizaciones de jubilados y otras entidades se reunirían frente al Congreso de la Nación para protestar por el trascendido veto del Ejecutivo al aumento aprobado por los senadores. El saludo final cerraba el encuentro. Otras tareas lo esperaban al tallerista.

Pasó parte de la tarde. Cuando llegó a su casa prendió la radio y se encontró que, las noticias sobre esa manifestación en Congreso, había sido reprimida con palos y gas pimienta por parte de la policía. No lo podía creer. Inmediatamente prendió la TV y vio en las imágenes, los empujones, a los abuelos con golpes, ojos llorones, quejas, bronca, tristeza por lo acontecido. Un toque más que simbólico fue ver las cabezas de los viejitos meados con las canas de color rojizo. Estaba estupefacto. Ni que hablar cuando vio un rostro confundido con un asistente al taller que él desarrolla como devolución gratuita por el país que tanto le proporcionó, esto sentido, expresado, sin demagogia ni golpe bajo. La visión lo desestabilizó. El aumento de la presión sanguínea fue observada por la esposa. Lo hizo acostar, para que se relajara mientras el hombre balbuceaba que tenía que regresar al Centro de jubilados, quería cerciorarse si el que vio, era concurrente de este lugar. Las horas pasaban hasta que sintiéndose mejor decidió acudir al Centro de los pasivos.

Los jubilados/as estaban en plena asamblea. Los dimes y diretes, los diálogos, las voces a viva voz hacían difícil la conversación, hasta que se produjo un intercambio más o menos normal, si esto se puede decir después de lo vivido. Nadie había concurrido al Congreso, pero sí todos/as habían visto por los canales televisivos la represión insólita de las llamadas fuerzas del orden. El tallerista despejó la duda que tenía sobre el presunto conocido, pero no se pudo despejar de lo escuchado, al contrario, casi quedó fijada en su memoria cosas como:

  • ¿Cómo quería la policía que subieran a la vereda los abuelos? No eran muchos, pero sí varios con bastones, andadores, con caminar tambaleante más allá de otros achaques.
  • ¿Cómo es posible atenerse al protocolo y sin miramientos, por las consecuencias, dar semejantes golpes con los bastones, empujar, tirar gas pimienta a los ojos. Acaso no piensan en sus padres, en sus propios abuelos/as, en familiares, amigos que también podrían haber concurrido allí?
  • ¿Los que gobiernan no tienen conocimiento, vecinos que les cuesta como a nosotros la compra de remedios, viajar, conseguir una changa, afrontar la carestía de vida, tener espacios de recreación?
  • ¿Acaso las fuerzas de seguridad siguieron pasos dirigidos por otras autoridades teniendo en cuenta que esa rutina de reunirse todos los miércoles allí, cambiaron? ¿Pensaron que los meados son violentos por naturaleza en este transcurso de la tercera edad?
  • ¿Dónde están las otras fuerzas del trabajo, sus organizaciones, otras asociaciones, los universitarios, otras entidades vecinales, comerciales?
  • ¿Se tiene temor por la presencia de banderas políticas, de movimientos sociales que apoyan a la clase pasiva? ¿Habrán pensado que los viejos/as estaban en una actitud de sedición?
  • Si bien nosotros no estuvimos, lo visto lo compartimos, lo sentimos como si hubiéramos estado allí, codo a codo. Creemos que las fuerzas laborales y de otra índole los/ nos dejaron solos.

Bueno gente, dijo un coordinador del Centro, ya es tarde, que todo esto nos sirva de lección. Habrá que divulgar lo sucedido y estar preparado para levantar nuestra voz junto a otras voces. Esperemos que las autoridades pertinentes se den cuenta de la justicia de nuestros reclamos, que muestren sensibilidad, que nos traten bien. La ancianidad llega a todos, sin distinción.

El tallerista regresó a su hogar. Cenó y se acostó, pero no se durmió, distintas escenas poblaban su cabeza.

 

Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 401 (Septiembre 2024) ©