Ana María Martuchi y su “Arte contra el olvido”

por | Nov 1, 2025

Su nueva muestra impacta y conmueve. La temática de arraigo popular, refleja hechos de la vida social del país, el trabajo, la educación pública y la memoria.

Durante octubre -el mes del grabado- se han realizado importantes actividades culturales en torno a este maravilloso oficio. Por este motivo Ana María Martuchi, artista destacada del grabado y vecina de Avellaneda, ha sido especialmente invitada por la Sub secretaría de Cultura de ese municipio, a exponer una muestra retrospectiva de sus grandiosas obras, en xilografía, litografía y aguafuerte.

En el Salón Dorado del Teatro Roma de Avellaneda se inauguró “Arte contra el olvido”. La curaduría estuvo a cargo de Laura Nedoszytko, con gestión cultural de Lucía Fariña, Pablo López y la propia Nedoszytko.

Ana María Martuchi es oriunda de Flores, nacida de una familia que valora el arte. Dibuja desde muy chica y ya sus maestras de la escuela primaria la alientan a seguir cultivando ese don. Es así que su madre la inscribe a los 13 años en la escuela Fernando Fader. Luego siguió estudiando en la Escuela Manuel Belgrano, en la Pueyrredón y en La Cárcova. Fue docente desde el año 63  en todos los niveles educativos, vicedirectora de la Belgrano y jefa de talleres en La Cárcova, además de supervisora curricular en CABA.

Antes de ser docente, en los setenta trabajó en publicidad, y fue en ese ámbito donde conoció a quien fue su marido, el famoso humorista Jorge Limura, de quien recordamos sus publicaciones en Tía Vicenta. El vínculo la lleva a radicarse en Avellaneda desde hace más de 40 años hasta la actualidad.

Tuvo como referentes a Juana Cinachi, Aida Carballo, Carlos Cañás, Laico Bou, Clara Carrió, Antonio Latorre, Alfredo de Vincenzo  entre otros. Con compañeros de estudio de “la Belgrano” creó el “grupo Alfa”. Formó parte de “Arte Gráfico Buenos Aires”, creado por Juan Carlos Romero

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Su muestra “Arte contra el olvido” impacta y conmueve, su temática de arraigo popular, refleja  hechos de la vida social del país, de las luchas por el trabajo, la educación pública y la memoria.

No es sólo porque estudió mucho y con grandes maestros como Aida Carballo y Belloq entre otros, o por su gran habilidad en el dibujo, condiciones que son válidas y necesarias, pero si puede ser contundente y clara en su obra, es porque la realidad que vivó en los setenta, tocó su alma y su corazón y forjó una postura comprometida que la marca en su estilo y en su labor docente, con el arte como herramienta para promover desde las instituciones educativas la educación por el arte, el que transforma de verdad y cuestiona lo instituido.

Los hechos más aberrantes de la dictadura signan su obra; alumnos de ella, delegados de la Pueyrredón, fueron desaparecidos, así como dos de los jóvenes de la noche de los lápices, a cuyas familias conoció de cerca: “A mí no me lo contaron”, advierte.

Su expresión plástica, con el dibujo como sostén, organiza la composición con una estructura clara y armónica, con un decir intenso y cabal.

Ubica las formas en el plano con subdivisiones estratégicas, o en elaboradas simetrías. Es así que eleva a categoría de símbolos las inequívocas formas de la memoria.

La oscuridad del destierro, escaleras al vacío, figuras tras las rejas, nos van narrando el horror, lo que no se quiso ver, padecimientos de nuestros 30 mil, plasmados en apretada y doliente síntesis plástica. La narración no deja lugar a la duda.

Ana María crea sus propios clichés y con una inteligente y sensible elaboración de la repetición de esas formas, organiza como en la danza, una coreografía muy particular, escenas que alguna vez fueron la vida real. Al reforzar la imagen con la repetición, refuerza el mensaje, y hace viva la memoria, siempre recreada y vigente.

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Mujeres de pañuelo blanco, aún reclaman por sus hijos y por sus nietos desaparecidos por el terrorismo de estado. La muestra retrospectiva, entonces, nos hace presente esa reflexión aún no saldada.

La historia duele y una tajante Ana María nos la recuerda, con sus caras -máscaras del dolor- el llanto o la lucha. Los rostros-cráneos de la muerte, prefiguran destinos, nos convocan hoy a pensar y tomar posición más allá del espanto y la indignación, luego también con la lucha, con acciones que reivindican y restañan con la recuperación de derechos vulnerados. 

Ningún tema vinculado a la injusticia queda fuera de su esfera afectiva, y en su arte, enarbola banderas por la soberanía de las Islas Malvinas, contra la pobreza, contra la guerra en Gaza y por una Palestina libre. En la muestra, una de sus obras refleja esa injusticia de las guerras que matan a pueblos inocentes, rehenes del odio y del poder egoísta de cobardes jerarcas. Eternos Guernica, o bombardeos a Plaza de Mayo, todas las guerras se parecen, repiten historia y el duelo no alcanza porque la matanza se renueva.

Incluso dedica obras en las que denuncia la quema de toneladas de libros del Centro Editor de América Latina, a manos de la dictadura en 1980, en Sarandí, en la misma ciudad de Avellaneda.

Ana María Martuchi ha sido formadora de grandes artistas y profesores, recibió importantes premios y  sigue produciendo obras. La gubia y el buril, en sus manos, en certera hendidura, marcan las maderas elegidas, el terciado, el guatambú y hasta el linóleo, seguirán dando ese arte social por el cual aboga desde siempre, propiciando el patrimonio de nuestro arte nacional, que marca rumbos y caminos a seguir y donde el espectador se siente activo protagonista de la historia. 

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