Eduardo “chino” Rodríguez: El títere es una ventana a la fantasía

por | Ago 3, 2024

Entrevistamos al reconocido titiritero, quien presentó un homenaje a Javier Villafañe, en el Espacio Tambo de Parque Avellaneda.

“El lenguaje de los títeres no tiene lógica, para ellos dos más dos puede ser tres, y está bien. Su naturaleza es una maravilla, porque con ellos te podés reír del mundo. ¿Qué pensaría un títere de la realidad argentina de hoy?”

Nos pregunta y se pregunta Eduardo “chino” Rodríguez, reconocido titiritero que ha presentado su obra en homenaje a Javier Villafañe, este 24 de julio a las 17 hs. en el “Espacio Tambo” del Centro Cultural Chacra de los Remedios del Parque Avellaneda.

El mundo de los títeres propone una estrategia de vinculación entre las realidades y el mundo imaginario de grandes y chicos. Desde lo lúdico y la dramaturgia, en una convivencia que rescata valores culturales e identidades, compromisos sociales y solidarios. Este universo casi siempre logra abstraernos de la realidad, pero también tiene memoria.

Eduardo, fue uno de los primeros organizadores de festivales de títeres en el sur argentino, allí, homenajeó a varios exponentes importantes de la dramaturgia titiritil, como Kike Sánchez Vera y Roberto Espina, con las obras “Osobuco Soberbio a la Parrilla” y “Autocensura”, ambos trabajos relacionados con la dictadura militar. También integró el grupo de actuación de La Casa de la Cultura de General Roca en Río Negro, pionero en hacer “La Máquina Hamlet” de Henry Müller, en la Argentina.

Entre 1988 y 1989, formó parte de una de las experiencias teatrales más importantes del país con “El Teatlón 88”, que consistió en navegar por todo el Río Negro para llevar funciones teatrales, recorriendo pueblos y ciudades como Cervantes, Plottier, Villa Regina, Choele Choel, Guardia Mitre y Viedma. La hazaña, estuvo conformada por ocho personas. Dos, bajaban por el río en canoa, otras dos iban en bicicleta por la ruta 22, y los cuatro restantes en un Renault 4L. Contaban la historia del nacimiento del Río Negro, basada en la leyenda mapuche entre los caciques, Limay y Neuquén, quienes un día, se enamoraron perdidamente de una hermosa india y disputaron su amor. Así, con el teatro callejero, Eduardo, comenzó a recorrer el país.

“La gira duró un mes y medio, terminamos en Las Grutas. Hacíamos presentaciones en las plazas, teatros o en donde pudiéramos hacerlo. Luego, nació otro proyecto que se llamó “En Busca de las Raíces de América”, la idea era unir las dos puntas del continente.  Queríamos llevar el espectáculo desde Ushuaia hasta Alaska. Viajamos con una embajada cultural, representando a toda la Patagonia Argentina. Recuerdo que un día, convocaron a una gran talladora: Marita, era una compañera que trabajaba en una biblioteca, y, además, tallaba en goma espuma. En aquel momento yo, hacía teatro y jamás imaginé que, 20 años después, también iba a tallar en goma espuma. Para mi Marita fue una gran inspiración.

En 1992 “En Busca de las Raíces de América” se disuelve porque el director de la obra se enamoró y ahí, se rompió el proyecto, nos separamos en Trelew. En ese momento, monté mi primer trabajo solista con las obras “El Panadero y El Diablo” y “El Vendedor de Globos” en homenaje a Javier Villafañe. Viajé por Colombia y Ecuador, allí organicé el primer Festival de Títeres de Ecuador, en 1993.

Cuando regresé al país, armé mi espectáculo que llamé “La Historia de Siempre” que está integrada por pequeñas adaptaciones que realicé sobre algunos cuentos de Javier Villafañe, como por ejemplo “El Encuentro”, en donde se abordan temas cotidianos como el maltrato la vejez y en donde narro la historia de un payaso que, por ser viejo, lo sacan del circo en donde trabaja”, contó Eduardo.

“Yo me enamore de la figura de Javier Villafañe, de lo que él representa a través de su literatura y sus personajes como Maese Trotamundos, su presentador. Javier nunca salió de su departamento de Almagro, salvo en la dictadura militar que tuvo que exiliarse en Venezuela, sin embargo, viajó por todo el mundo a través de los cuentos y los títeres. Sus obras están escritas hace casi 100 años y siguen siendo representadas alrededor de todo el mundo por muchos titiriteros. Fue una persona brillante. Hizo títeres en trenes, a caballo, en carretas, en aviones, en canoas. Lo conocí personalmente en 1990 en el Centro Cultural de Viedma, y te voy a contar algo que nunca le conté a nadie, esa tarde mientras nos tomábamos un café me dijo: es un gusto haberte conocido. Un tiempo después, le comenté a Hamlet Lima Quintana lo que Javier me había dicho, y Hamlet me dijo que, si Javier había manifestado tal expresión, era porque en verdad consideraba de gran valor aquel encuentro conmigo. Eso, fue algo que me marcó y sirvió de mucho para seguir llevando su obra por todos lados. Recuerdo que una vez lo visité en su departamento del barrio de Almagro y allí me regaló su libro “El Caballo Celoso”. En el viaje de regreso al sur, lo empecé a leer y noté que tenía “fallas”, que eran algunas hojas en blanco. Interpreté aquella situación como que aquellas páginas en blanco, debían ser escritas por mí. Javier fue una persona fundamental en mi vida, un tipo consecuente en el sentido literario. Yo pasé de ser canillita y cosechar uvas, a conocerlo. Imagínate lo impresionante que fue” recordó Eduardo “chino” Rodríguez.

El títere es una ventana a la fantasía, pero también es en un medio de comunicación. Es rebelde y revolucionario. Muchas veces plantea lo “oculto” o lo que nadie se anima a decir. Desde lo pedagógico puede ser una herramienta educativa, de prevención y participación, articulando con estructuras afectivas, cognitivas y emocionales.

“Esto es arte, es teatro. Se transforma la realidad. Cuando voy a una escuela a dar una función, ese día el aula o salón de actos, se convierten en una sala de teatro. Se rompe con lo convencional y es impresionante ver como los niños y niñas se maravillan. Para hacer teatro para los chicos, hay que hacerlo en serio. Si a ellos no les gusta lo que están viendo, te la baten. En cambio, los adultos, somos más caretas y nos quedamos viendo la obra, aunque no nos guste. Una vez alguien dijo para ser titiritero, tenés que haber transitado como mínimo diez años el oficio, recién ahí, te podés considerar titiritero. Este es un oficio de alto riesgo (risas). Uno no llega a los títeres los títeres llegan a uno y te sorprenden. Todo es muy sencillo en su mundo. Ellos me salvaron la vida, me cambiaron la perspectiva. Me dieron una forma linda de ver el mundo, yo les debo mucho. Soy una persona que disfruto mucho viendo títeres, me hacen sonar de risa”, reconoció Eduardo Rodríguez.

© Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición N° 400 (Agosto 2024)