RACIMO INSOMNE

La noche, como otras tantas, fue esquiva y la madrugada se le pronunció sin transiciones como franco y diáfano día, así, de un golpe, como un espacio tiempo muy propicio para desandar el insomnio que le acarreaban las uvas en el espaldero, a las puertas de la cosecha. Anduvo por la viña todo el día trabajando sin descanso. Finalmente y otra vez la noche. Él había visto unas sombras deambular por el viñedo desde hacía tiempo, pero no había sentido miedo sino curiosidad porque eran imágenes conocidas, aunque opacadas de bordes difusos. Lo peor de esa noche fue seguirlas sin proveerse de una linterna, quizás con la omnipotencia propia de quien conoce cada palmo del terreno que le es propio acuciado por la familiaridad de las imágenes vistas y, hasta ese momento, perseguidas. Pero, ya se sabe: por las noches toda propiedad del terreno se comparte con los que en la tierra descansan. Y esta lección la aprendió de una vez y para siempre: tropezó sobre el camellón, murió al instante por un golpe en la cabeza contra un poste, la tierra lo absorbió en apenas horas, fue savia y grano de uva. Nunca fue vino.