Noemí Guerstein, una mujer forjada en el siglo XX, nos muestra la vigencia de su obra, construida en diferentes materiales, que van del yeso a la terracota, el hierro, el aluminio, el poliuretano expandido, el acrílico y las maderas industriales. Pude apreciar este despliegue creativo en la exposición que reúne diecinueve obras que la artista generosamente donó al Fondo de las Artes. Sus esculturas son un verdadero legado, de un valor patrimonial extraordinario y contribuyen por lo tanto a la cultura de nuestro país.
La muestra luce más aún en las salas de arte, en lo que fuera la casa de Victoria Ocampo, ideada por el arquitecto Alejandro Bustillo, cuyo estilo despojado hace destacar aún más la belleza de la abstracción de las obras de Guerstein.
Noemí Gerstein nace en Buenos Aires en 1908 y desde su adolescencia se interesa por la escultura, realizando sus primeras clases en el Club Argentino de Mujeres. En 1934, mientras trabajaba como profesora de ciencias físicas y naturales, asiste a los cursos de Alfredo Bigatti. Desde entonces envía obras y recibe premios en numerosos salones. En 1948 realiza su primera exposición individual en la Galería Peuser.
Fue determinante su formación en París con Ossip Zadkine (1950-51), con quien aprende que todo sirve para hacer escultura. Su obra pasa de la figuración a la abstracción. Invitada por Jorge Romero Brest, en 1953 participa del Concurso internacional para erigir un Monumento al prisionero político desconocido con una obra que se expone en la Tate Gallery de Londres. Una maqueta se presenta en esta exposición y otra se encuentra en el Museo Judío de Jerusalén.
Noemí se destaca por trabajar como una obrera industrial, enamorada de los metales en su estado puro, casi sin modificarlos, encuentra en ellos una poesía material muy particular. El hierro ha sido el material mas dúctil y multifacético que aporta el siglo XX. Con la era industrial se impone y, desde torres, hangares ferroviarios, rieles de ferrocarril hasta monumentales puentes, se expandió en todo el mundo, desde que Eiffel ideara su famosa torre como emblema parisino. Transformando los espacios públicos, con estas obras de ingeniería que se ven como grandes monumentos escultóricos. Este espíritu impregna la vida y los planteos artísticos de Noemí Guerstein, mujer sensible a su tiempo y a su deseo. Horas de taller la llevan a elegir la soldadura autógena, con acetileno y oxígeno, permitiéndole modelar el metal como una herramienta, extensión de sus manos y su alma.
Deslumbran las técnicas que abarcó, desde las más tradicionales hasta aquellas que la convirtieron en una especie de artista-obrera industrial, que soldaba formas minúsculas o monumentales con materiales hasta entonces poco explorados fuera de las fábricas. Más adelante adopta la soldadura eléctrica, que era algo novedoso en el arte de los cincuenta y se plantea fuertes desafíos plásticos.
La muestra pone el foco en una de las piezas que se exhiben: la maqueta para erigir un monumento al prisionero político desconocido, quien había participado en la convocatoria internacional de escultura que, en 1952, realizó el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres para erigirlo. La maqueta presentada por Guerstein fue seleccionada entre más de 3.500 proyectos provenientes de artistas de 54 países. La conferencia que acompaña la presentación de la obra, repone el contexto de su producción signado por los debates sobre la escultura moderna, la libertad expresiva de las formas abstractas y su poder para construir memoria durante la Guerra Fría cultural.
A Guerstein le toca vivir ese duro período de la historia dando respuesta con la expresividad necesaria en las formas, con un grado máximo de síntesis, donde menos es más, y el mensaje matérico habla por sí mismo.
Sus temas son diversos, pero influye mucho el hecho de haberse ligado a las ciencias, y a sus misterios, develando claves logarítmicas en una de sus formas favoritas, la espiral de la vida. Con esta forma crea su Dragón, hecho totalmente con tubos superpuestos, soldados en una interrelación del espacio y la materia tan abigarrada como armónica.
La oposición de formas y conceptos entablan un diálogo donde la frialdad del metal toma el calor de la forma orgánica en su esplendor de vida, logrando una vital conjunción.
Goliath es otra conocida obra, escultura de gran porte, totalmente realizada con tubos de metal, conforman el cuerpo del amenazante personaje, identificando la arcaica presencia que se hace moderna y actual con el tratamiento de la masa escultórica.
Achiras en cambio muestra la sutileza y lo efímero de los pétalos de esas flores que dan nombre a la obra, que aunque representadas con planchas de metal, sobre finas varillas verticales, hacen a la esencia del tema vegetal con la delicadeza y la estabilidad estructural de la naturaleza.
Cuando trabaja con esferas y semiesferas, nos relata el mundo de los astros con composiciones de superposición y enlaces, hace de cada pieza una joya deslumbrante. Aprovecha los brillos del bronce, la ductilidad del aluminio, la entereza del hierro para transmitir los misterios de la materia y las leyes divinas que las rigen.
Noemí Guerstein conjuga ciencia, arte y tecnología como sólo una pionera apasionada pudo hacerlo, una mujer que se mimetizó con el mundo masculino imperante hasta ese momento de mitad del siglo anterior para darnos paso a las que, con el tiempo, tomamos la posta que ella dejó con su valioso legado.
Las esculturas de Noemí Guerstein son un verdadero legado, de un valor patrimonial extraordinario y contribuyen por lo tanto a la cultura de nuestro país.
Textos fotos
Noemí Gerstein retratada por Horacio Coppola