Para lograr la recuperación de una enfermedad, además de un buen diagnóstico, son necesarias la elección del tratamiento adecuado y la implementación del mismo. Especialmente es en éste último punto, o sea en la implementación del tratamiento, dónde el tutor del paciente veterinario adquiere un protagonismo fundamental. Y si el paciente resulta ser un felino, además de ser su desempeño fundamental, deberá ser heroico. Para aquellos que comparten su vida con uno o más gatos, esta pequeña historia seguramente les va a resultar conocida.

Resulta que Fernández, así se llama el gato protagonista de éste relato, debía hacer un tratamiento por una afección hepática, consistente en la administración de un comprimido dos veces al día. Después de una primera toma bastante exitosa, probablemente por haber sido tomado por sorpresa, ya alertado por la experiencia vivida, se mantuvo atento a los movimientos de su tutor humano cuyas intenciones ya le venían resultando más que sospechosas después de la visita al consultorio veterinario. Así y todo, se prestó con paciencia al juego «yo te doy la pastilla camuflada con algo rico y vos te la tragas». Luego de una prolija y exhaustiva exploración del bocado ofrecido y gracias al olfato que Dios le dio, Fernández con cara de «minga te lo tragás!!!» lo dejó abandonado en el plato. Después de varios intentos en los que le fue ofrecido el mismo bocado tramposo en medio de palabras tiernas, mimos, juegos y zalamerías varias, notando ya la agresividad que iba aflorando en el comportamiento del tutor, Fernández decidió retirarse a la terraza del vecino a esperar hasta que amaine.

El segundo día, luego de un sueño reparador, el humano se levantó optimista, tomó a Fernández por sorpresa medio dormido y al mejor estilo de la lucha libre, le aplicó una llave «paralizante», le abrió la boca e introdujo la pastilla hasta dónde le dio el dedo con el que la empujaba hasta el momento en el que Fernández casi le amputa el dedo con sus molares. Claro, los efectos de la llave paralizante no alcanzaron la mandíbula del gato, que logró liberarse entre los gritos de odio y de dolor del tutor para refugiarse nuevamente en la terraza del vecino.

Esta vez tardó dos días en volver. Mientras, el tutor se asesoró con su veterinario y decidió implementar el sistema del dulce de leche que consiste en pulverizar la pastilla y mezclarla con el dulce hasta formar una pasta pegajosa que se unta sobre el labio o el dorso de la mano del gato, quien gracias a su obsesión por el aseo se lo lamerá para limpiarse y de esta manera ingiere el medicamento junto con el dulce. Y así fue por unas tres o cuatro veces, al cabo de las cuales Fernández comenzó a limpiarse el pegote en las paredes, cortinas y tapizados varios.

Llegó un punto en el que ante la insistencia del tutor por hacerle tragar el medicamento por la fuerza, Fernández solo se relajaba y dormía cuando el tutor no estaba en la casa, el resto del tiempo lo pasaba escondido y vigilando sus movimientos o bien exiliado en la terraza del vecino.

Finalmente, después de muchas vueltas, el tutor entendió que lo mejor era recurrir al sistema de premios, sin engaños y respetando los gustos de Fernandez.

No es fácil, cada paciente tiene su personalidad y hay que buscarle la vuelta.

Hasta la próxima.

© Publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo de Agosto 2024 – Edición N° 400