Las Espeluznantes Aventuras De Don Chaca Y Los Gorditos Voladores De Floresta

por | Feb 17, 2025

Don Jorge Fleitas a sus 93 años sigue escribiendo sobre las maravillas que no todos vemos, de este lugar que habitamos.

A instancias de mi doctor comencé a caminar media hora diaria. Basado en vaya uno a saber qué ignoto motivo terapéutico relacionado con el crecimiento desproporcionado del co-les-te-rol. Y yo que soy obediente a las órdenes del ´´hechicero de la tribu´´ empecé nomás a caminar, sin ir a ninguna parte pero, eso sí, a paso redoblado.

Al principio me dolía desde el callo plantar hasta el poco pelo que me queda, pero me fui acostumbrando y hoy, no digo que soy un atleta olímpico pero me las rebusco y no paso vergüenza. Por eso, se me puede observar por las mañanas dando vueltas aburridas por la plaza Vélez Sarsfield ante la mirada indiferente de otros pacientes caminantes o corredores. 

Así lluevan gotones o el sol castigue, siempre firme e infaltable, como los carteros de antes. Así que, cualquier cosa inusual que quiebre aunque sea un poco la monótona rutina pedestre me provoca asombros desproporcionados como si mi dichoso colesterol se desbocara.

Lo inusual era un tipo sentado en el banco verde de la ochava de Avellaneda que me sonreía cada vez que pasaba como alentándome. Y aunque yo no daba más, ponía cara de maratonista y le devolvía la sonrisa canchera. Era un gordito vestido estrafalariamente, con un traje de lanilla verde, camisa gris y corbata rayada verde y negra. ( de Chicago en este barrio?). Llamaba la atención la incongruencia de su abrigado traje de lanilla con los treinta y tantos grados de sensación térmica. 

Cuando terminaba la vuelta número cuatro, el tipo se levantó de su banco verde y me tomó del brazo:

– Oiga, Don Chaca – ahora que terminó sus vueltas, venga a sentarse conmigo que tengo que hablarle.

La mezcla de cansancio y curiosidad hizo que me sentara a su lado y sintiera el aroma a vainilla que lo envolvía. Pensé: ¿A este loco quién lo viste y, sobre todo, quién lo perfuma?

Como si hubiese hablado por un altoparlante el tipo me contestó:

– Eso, ve… Eso es una de las cuestiones que usted puede ayudarme a solucionar. Necesito ropa y otras vituallas porque debo pasar desapercibido para poder cumplir mi misión.

-¿Y dígame una cosa: ¿Usted, quién es?

– Yo soy “yo” – me dijo.

– Yo también soy yo – repliqué

– No, señor. Usted es usted y yo, solamente yo, puedo ser yo dijo a los gritos y se le tiñó la cara de rojo, no sé si porque se puso nervioso o por la brutal sensación térmica reinante. 

– Reconozco, dijo el tipo, que mi aspecto no es  común, pero no sé cómo adquirir la indumentaria necesaria para transitar por la ciudad. Si Ud. Me ayuda a comprar el equipo, se lo voy a agradecer.

– Tengo dos preguntas para hacerle – le dije- Primero: ¿Tiene dinero para pagar lo que necesita? Segundo: ¿Cómo piensa agradecerme la gauchada? Porque yo gratis no laburo.

– Le voy a aclarar que nosotros no usamos dinero, pero sí esta tarjeta que “El” me dio y que sirve para comprar todo. Y con respecto a la gauchada “El” me dijo que le puede conceder un deseo, con algunas excepciones.

– ¿Y cuáles son esas excepciones?

Se puso serio y me dijo: -Primero: No se puede otorgar dinero ni nada que se pueda transformar en dinero. Segundo: No se puede solicitar nada que se relacione con la salud. Propia o ajena. Tercero: No se concede nada que se relacione con el amor.

– Y, entonces, ¿qué me queda?- Pregunté.

– Infinidad de cosas, pero si no las conoce mejor para usted – me dijo sonriente.

Me quedé pensando y al final le dije: – Vea, Don, yo soy hincha de Chacarita y me gustaría verlo jugar en Primera y salir otra vez campeón.

– De ninguna manera – me gritó.

– ¿Y por qué?

– Porque “El” que es el ser más poderoso y extraordinario que se pueda decir o pensar, ¡es hincha de All boys!

Me dijo todo eso. Levitó cinco o seis metros y salió volando para el lado de la Comisaría. Como Superman vestido de verde. 

Y la cosa siguió como ya les iré contando.

Parte II

Bastante confundido, mareado y al borde de la esquizofrenia, llegué a casa y lo primero que hice fue llamar al Doctor para pedirle turno. Estoy listo para el hospicio.

– ¿Qué le anda pasando? Preguntó el doctor.

– Tengo alucinaciones, veo un gordito que vuela vestido de verde y con corbata de Chicago.

– Venga mañana – me dijo. Cosa que me pareció rarísimo porque a mi doctor hay que pedirle turno con un mes de anticipación. Debo estar más enfermo de lo que creo.

– Hasta mañana doctor. Y gracias por el turno.

– Hasta mañana Don Chaca y no se caliente, yo también los veo.

Volví a Avellaneda.  Seguí caminando y mirando vidrieras. La tarjeta negra que me dio el gordito volador me palpitaba en el bolsillo. Estaba allí y me aseguraba que todo lo que pasó, realmente pasó. El doctor me dijo que también ve al gordito verde que vuela… Debe estar más loco que yo.

Había un boliche que vendía ropa para gordos, “talles grandes” decía el cartel. Entré con la tarjeta negra en la mano como si fuera una pistola Berreta.

Pedí una camisa como para el gordo, blanca, de mangas cortas, muy fina. No pregunté el precio. Le di la tarjeta a la vendedora y ni se mosqueó. Me preguntó si quería algo más, envolvió la carpa blanca del gordo, me dio el recibo y devolvió la tarjeta negra. No dijo ni pío. La tarjeta infernal  o celestial) parece que funcionaba. ¿Qué cuernos estaba pasando?

Seguí recorriendo y comprando de todo: pantalones, camisas, ropa interior, todo tamaño enorme. Parecía un turista argentino en Florianópolis. Meta tarjeta y dale que va… Compré una valija y metí toda la mercadería adentro.

Al final me cansé. Comprar cansa, más que correr. Fui a sentarme en el banco verde y esperé que apareciera mi gordito misterioso.

Y, entonces, ocurrió el otro milagro. Apareció el gordo con toda la ropa puesta. Le quedaba muy bien. La valija cerrada seguía en el banco verde. La abrí y ahí estaba el pantalón azul de hilo que compré de última.

– Ese pantalón azul me queda chico – me dijo.

– ¿Y cómo hizo para vestirse?

– Fácil, me saqué todo lo que tenía encima y me puse esta hermosa ropa.

– ¿Pero, cómo hizo?

– Ahhh, me olvidé de decirle que yo, cuando quiero, puedo ser invisible.

– Dígame una cosa, señor, usted vuela, se hace invisible , saca toda la ropa de la valija sin abrirla y adivina mis pensamientos… Usted, ¿quién es?

– Yo soy Nuncio, un Angelón que llegó a Floresta para cumplir un mandato de su Jefe.

– Y, quién es su jefe- pregunté.

—El Arcángel González- dijo. Y se evaporó con valija y todo. Lo único que dejó fue el pantalón azul de hilo que le quedó chico. Me parece que me lo voy a quedar para mí. No me atrevo a cambiarlo.

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Estas historias y todos los personajes que por ellas pululan, son totalmente reales. Lo único ficticio es el autor.

Ilustraciones: Ciro Censi Lifschitz