Buenos Aires es una ciudad especial, con una identidad propia, y a ella le brotan artistas que son puro amor y pensamiento en acción, un milagro en el asfalto, una evocación de los locos lindos de Piazzola y Amelita Baltar.
Es el caso de Pablo Gazal, el pintor, el bailarín de tango que por segunda vez eligió Floresta para vivir y desarrollar su obra, su imaginario de neo tanguero ligado a la nueva gestualidad masculina, más abierta y cuestionadora del machismo que siempre imperó en el tango.

Y si bien su formación artística lo define como artista plástico, pintor y diseñador, es el espíritu del tango el que lo mueve a ser quien es en este universo que es Buenos Aires, en permanente mutación y en peligro de perder identidad. Pero mientras existan personas de la fibra de Pablo Gazal, eso no sucederá. Su personalidad de muchacho con gorrito, jeans y remeras se destaca en el paisaje urbano. Baila y da clases de tango en distintos clubes y bares, pero no se produce como el tradicional tanguero, el baila un tango más nuevo, visceral y reo porque es de los que rompen esquemas y ya es conocido por esta forma de sentir.

Su pintura también lleva esa carga pasional que lo impulsa, es un hombre que ha apostado al amor y desde allí genera obras tanto en los momentos de felicidad como de dolor.
Estudió de muy jovencito Diseño Gráfico en la Escuela Panamericana de Arte y luego el Profesorado de Pintura en la Escuela Nacional Prilidiano Pueyrredón, lo que hoy conocemos como UNA.

Trabajó de diseñador gráfico. Hizo estampas serigráficas para textiles y logotipos e ilustraciones para casi todas las casas y marcas de ropa de niños de Buenos Aires. Esta actividad le permitió realizar un avance económico que más adelante también logra con sus pinturas, pudiendo vender obras fuera del país, en Europa y Estados Unidos.

Su impronta está dada en el desarrollo particular con que aborda los lenguajes gráficos y pictóricos. Primero piensa lo que va a hacer y luego va hacia la materia, elabora un lenguaje con ella. En ese sentido trabaja con la cabeza del diseñador. Aunque ya de antaño, en la historia del arte observamos esta actitud, los artistas elaboraban la temática y la idea racionalmente siempre por encargue. El tema lúdico en el arte empieza recién en el siglo XX, cuando se empieza a valorar la singularidad del artista y su rol de intérprete de la realidad circundante.

“Antes de jugar pienso el juego y después lo juego. Entiendo que ese mecanismo puede quitar gestualidad o espontaneidad pero a mí me funciona”
Y le funciona porque Pablo Gazal es un conocedor de la técnica, dúctil dibujante y con una ética que fue forjando en años de vida; con todo este bagaje logra una síntesis clara y poética, que si bien remite a hechos vividos en su realidad, se elevan a la categoría de símbolos. Ese es -a mí entender- su mayor mérito.

Esto sucede en su Serie de pinturas: “Fauna de Punilla”, de cuando vivió en Villa Giardino. Cada uno de ellos encierra una historia que fue el desencadenante para lograr una interesante síntesis, que si bien se nutren de lo auto referencial, logran ser imágenes arquetípicas para el espectador, quien encuentra una posibilidad de identificación con cada una. Por ser una obra gráfica, no es literal, requiere análisis. Son retratos conceptuales que toman la forma de distintos animales para retratar de una forma muy original a personas que formaron parte de ese período de su vida.


Fue sumando saberes, desde lo académico, lo experimental y la práctica de los oficios, pero un antes y un después marcará su quehacer y su visión del arte: cuando conoce a Artemio Alisio, un artista del litoral, muy valorado y reconocido, no sólo como director del Museo Provincial de Entre Ríos en Concepción del Uruguay, si no por su trabajo plástico con la iconografía indígena, graficando mitos, representando pasajes de la mitología mesoamericana.
Es entonces que Pablo empieza a referenciarse con las culturas originarias, investigando sus formas y cosmovisión para luego elaborar una pintura que une lo originario con lo europeo y en esa permanente búsqueda de síntesis, elabora el símbolo. En este recorrido también se nutre de la obra de Xul Solar, otro argentino que nos dio un arte original y con sello latinoamericano.

Actualmente y desde la pandemia, está llevando adelante su proyecto de comercialización de obras de arte en Buenos Aires, nucleando a artistas que tienen obra de calidad, para desarrollar una forma autogestiva e independiente, que no dependa de intermediarios como galeristas o marchands en la venta de arte. Se ha trazado un objetivo, de demostrar que la compra de obras de arte puede ser una inversión rentable (aunque primero deberá zanjar el prejuicio cultural que pesa sobre este hecho). Sé que logrará visibilizar una gran parte de la cultura artística actual.
Plantea una ruptura de los órdenes pre establecidos, es coherente en todos los aspectos de su vida.
Y allí su norte: sostener un pensamiento de cuerpo, desde la cooperación y la inserción social con el arte.

Esta nota fue publicada originalmente en la Revista Floresta y su Mundo edición 390 (Septiembre 2023)

Notas Anteriores:

Agosto 2023: https://florestaysumundo.com.ar/el-grabador-del-gesto-cotidiano-osvaldo-turco-jalil/?_gl=1*1dpxbqu*_ga*MjQxMTQ4MDAyLjE2OTI0MDQwMTE.*_ga_QSL6CJ211P*MTY5NjgxMTU4MC41MC4wLjE2OTY4MTE1ODAuMC4wLjA.


(*) MARÍA CLAUDIA MARTÍNEZ, es artista plástica y docente. Autora de la escultura homenaje a Los Pibes de Floresta en la Plaza del Corralón de Gaona y Gualeguaychú. Tiene su taller en Felipe Vallese 3860 – Floresta.
Más info en www.algosobrearte.com.ar/mariacmartinez