Año electoral: la temporada de las gallinas.

por | Abr 17, 2025

Una historia para incentivar el sentido crítico

En muchísimas ilustraciones hemos visto esas tenebrosas figuras oscuras de una suerte de monjes encapuchados, con una máscara que remata en un pico curvo, similar a la de pájaros cuervos. Son ilustraciones de los así llamados “Médicos de la Peste” que actuaron durante la epidemia más devastadora de la humanidad, la “Peste Negra” que entre 1347 y 1353 asoló Europa, Asia y el Norte de África, que se estima mató a 200 millones de personas.

Estos “médicos” -que en realidad no lo eran, porque se asimilaban más a los curanderos- utilizaban esos atuendos para aislarse de la enfermedad y poder caminar entre los moribundos, bajo la creencia de que la peste la transmitían los olores fétidos de las ciudades y las “miasmas”, por eso ese “pico” servía para colocar en su interior perfumes y esencias florales que el médico respiraba, bajo la creencia de que de esa manera no se contagiaría respirando los olores del exterior.

Para analizar esto debemos recordar que nos encontramos en el Siglo XIV donde medicina, religión y superstición se mezclaban y confundían, por eso los habitantes de los burgos europeos asumían distintas conductas para salvarse de la enfermedad, que iban desde la oración, la penitencia y la flagelación, hasta el absoluto libertinaje ante el fin inminente de sus vidas. Otros optaban por escapar al campo o irse a vivir a las cloacas y alcantarillas para evitar el contacto con la gente. El primero es el caso del Decameron, de Boccacio y el último el peor remedio de todos, porque mucho mas tarde se descubrió que la peste negra era en realidad peste bubónica, transmitida por la bacteria Yersinia Pestis, que se alojaba en las pulgas de las ratas. Donde había ratas y sus excrementos había muerte. 

Eran muy pocos los galenos que ya en esa época intuitivamente relacionaban la peste con la higiene, por eso recomendaban la limpieza de las casas, de las manos, la ventilación y el aislamiento, lo lógico en cualquier epidemia. 

Pero quienes tenían más éxito eran los así llamados “médicos de la peste”, porque aprovechando la desesperación de la gente ofertaban, por importantes sumas de dinero curas milagrosas, como ingerir cuerno de unicornio en polvo (¡!), untar las llagas que producía la enfermedad con las propias heces, sanguijuelas, comer serpientes, sangrías, vinagre, cebollas o… gallinas. 

En efecto, el remedio mas estrafalario era el “método Vicary», llamado así por el médico inglés Thomas Vicary, que fue el primero que lo propuso y que consistía en atar un pollo o gallina vivo con el trasero desplumado a la zona donde estaba el ganglio de la enfermedad. Se pensaba que de esa manera la peste pasaba al animal, bajo la creencia de que estas aves respiran por el ano y de esa forma podía aspirar la enfermedad.   

Mas allá de todas estas circunstancias que tal vez nos hagan gracia sobre la inocencia de nuestros antepasados de siete siglos atrás, podemos reflexionar un momento sobre dos elementos que encontramos en la historia: la desesperación de la gente y la aparición de personas inescrupulosas que tratan de aprovecharla para enriquecerse.

Este es un año electoral donde, ya en este momento están apareciendo carteles de propaganda política y nuestros políticos desfilarán por programas de televisión, notas, avisos y publicidades. Será nuestro trabajo discriminar quienes hablan desde el sentido común y quienes asumen el papel de los médicos de la peste, es decir candidatos inescrupulosos que nos venden ideologías, doctrinas y recetas mágicas para curar nuestra economía, nuestras finanzas, educación, trabajo, seguridad, etc. que poco tienen de realidad, pero que nuestra desesperación los lleva a cargos y funciones públicas.

Por eso, querido lector, desde esta columna le rogamos que desarrolle alguna suerte de sentido crítico, dejando de lado fábulas políticas y analice si en realidad no le están haciendo creer que la especie “gallus domesticus” respira por el traste.

Etiquetas: Elecciones historia